miércoles, 21 de septiembre de 2011

(RESUMEN) ¿TIENE POLITICA LOS ARTEFACTOS ?


Resumen


En las controversias acerca de la tecnología y la sociedad, no hay ninguna idea que sea
más provocativa que la noción de que los artefactos técnicos tienen cualidades
políticas. Dado que algunas de estas ideas
tienen una presencia persistente e inquietante en las discusiones sobre el significado de
la tecnología, es necesario prestarles una atención explícita
No resulta sorprendente descubrir que los sistemas técnicos se encuentran
profundamente entretejidos con las condiciones de la política moderna. Esta
máxima,Denominarse determinismo social de la tecnología, expresa una obvia sabiduría. Por
consiguiente, pueden volver otra vez a sus modelos tradicionales de poder social
(modelos sobre la política de los colectivos sociales, políticas burocráticas, modelos
marxistas de lucha de clases y otros por el estilo) y tener todo lo que necesitan. El
determinismo social de la tecnología no difiere esencialmente del determinismo social
de, podríamos decir, la política del bienestar o los impuestos.
Siendo un complemento necesario para, más que un sustituto de,
las teorías de la determinación social de la tecnología, esta perspectiva identifica ciertas
tecnologías como fenómenos políticos por sí mismas. A continuación esbozaré y ofreceré ejemplos de dos formas en las que los artefactos
pueden poseer propiedades políticas. En segundo lugar, me ocuparé de los casos de lo que se pueden denominar
tecnologías inherentemente políticas, sistemas ideados por humanos que parecen
necesitar o ser fuertemente compatibles con ciertos tipos de relaciones sociales.
argumentos sobre este tipo de casos son mucho más complejos y están más cerca del
núcleo del tema que nos ocupa. Con el término "tecnología" haré referencia a todo tipo
de artefacto práctico moderno, pero para evitar confusiones, prefiero hablar de
tecnologías, piezas o sistemas más o menos grandes de hardware de cierto tipo
especial. Planes técnicos como formas de orden
Todo el que haya viajado alguna vez por las autopistas americanas y se haya
acostumbrado a la altura habitual de sus pasos elevados puede que encuentre algo
anormal en los puentes sobre las avenidas de Long Island, en Nueva York. Una consecuencia era la limitación del acceso de las minorías raciales y
grupos sociales desfavorecidos a Jones Beach, el parque público más alabado de los
que Moses construyó. 
Como parte de la historia de la política americana reciente, la vida de Robert Moses es
fascinante. Después de generaciones, los pactos y alianzas que Moses
forjó han desaparecido, pero sus obras públicas, especialmente las autopistas y
puentes que construyó con el fin de favorecer el uso del automóvil frente al desarrollo
de los trasportes públicos, continuarán dando forma a la ciudad.
La historia de la arquitectura, el urbanismo y las obras públicas contiene un gran
número de ejemplos de planes físicos con propósitos políticos implícitos o explícitos. Si suponemos que las nuevas tecnologías se
introducen con el fin de lograr una eficacia cada vez mayor, la historia de la tecnología
nos contradecirá de vez en cuando. La historia de la tecnología y la
historia de la política norteamericana se entrelazan firmemente en este caso.
En casos como los de los puentes de Moses o la máquinas de forja de McCormick,
puede verse claramente la importancia de los planes técnicos que preceden al uso de
los instrumentos en cuestión. De acuerdo a
nuestra forma de pensar usual, concebimos las tecnologías como herramientas
neutrales que pueden utilizarse bien o mal, para hacer el bien, el mal o algo intermedio
entre ambos. Pero para reconocer las dimensiones políticas de las
tecnologías no se necesita atender sólo a casos de conspiración premeditada o malas
intenciones. Hay que
decir, no obstante, que los diseños inadecuados para personas minusválidas son
frecuentemente más un resultado de negligencias generales que de las intenciones
activas de personas particulares. Lo que nosotros llamamos
"tecnologías" son los modos de ordenar nuestro mundo. Muchas invenciones y
sistemas técnicos importantes en nuestra vida cotidiana conllevan la posibilidad de
ordenar la actividad humana de diversas maneras.

 En las controversias acerca de la tecnología y la sociedad, no hay ninguna idea que sea
más provocativa que la noción de que los artefactos técnicos tienen cualidades
políticas. Lo que está en cuestión es la afirmación de que las máquinas, estructuras y
sistemas de nuestra moderna cultura material pueden ser correctamente juzgados no
sólo por sus contribuciones a la eficacia y la productividad, ni simplemente por sus
efectos ambientales colaterales, sino también por el modo en que pueden encarnar
ciertas formas de poder y autoridad específicas. Dado que algunas de estas ideas
tienen una presencia persistente e inquietante en las discusiones sobre el significado de
la tecnología, es necesario prestarles una atención explícita
No resulta sorprendente descubrir que los sistemas técnicos se encuentran
profundamente entretejidos con las condiciones de la política moderna. Las
organizaciones físicas de la producción industrial, la guerra, las comunicaciones, etc.,
han alterado de forma esencial el ejercicio del poder y la experiencia de la ciudadanía.
Pero ir más allá de este hecho evidente y defender que ciertas tecnologías poseen en sí
mismas propiedades políticas parece, a primera vista, algo completamente erróneo.
Todos sabemos que los entes políticos son las personas, no las cosas. Descubrir
virtudes o vicios en las aleaciones de acero, los plásticos, los transistores, los circuitos
integrados o los compuestos químicos parece una absoluta y total equivocación, un
modo de mistificar los artificios humanos y de evitar plantar cara a las auténticas
fuentes, las fuentes humanas de la libertad y la opresión, la justicia y la injusticia. Echar
la culpa al hardware parece incluso más estúpido que culpar a las víctimas cuando se
juzgan las condiciones de la vida pública.
Por tanto, el austero consejo que comúnmente se ofrece a aquéllos que coquetean con
la idea de que los aparatos técnicos poseen cualidades políticas es: lo que importa no
es la tecnología misma, sino el sistema social o económico en el que se encarna. Esta
máxima, que en sus muchas variantes es la premisa central de una teoría que puede
denominarse determinismo social de la tecnología, expresa una obvia sabiduría. Sirve
como correctivo necesario para aquéllos que se ocupan de manera acrítica de asuntos
tales como "el ordenador y sus impactos sociales", pero no miran detrás de los aparatos
técnicos para descubrir las circunstancias sociales de su desarrollo, empleo y uso. Este
enfoque proporciona un antídoto contra el determinismo tecnológico ingenuo: la idea de
que la tecnología se desarrolla únicamente como resultado de su dinámica interna y,
entonces, al no hallarse mediatizada por ninguna otra influencia, moldea la sociedad
para adecuarla a sus patrones. Aquéllos que no han reconocido aún los modos en los
que las fuerzas sociales y económicas dan forma a las tecnologías no han ido mucho
más allá de ese determinismo.
Sin embargo, este correctivo tiene sus propias limitaciones; entendido de forma literal,
sugiere que los aparatos técnicos no tienen ninguna importancia. Una vez que uno ha
hecho el trabajo detectivesco necesario para descubrir los orígenes sociales (la mano
de los poderosos tras un determinado ejemplo de cambio tecnológico) ya habría
explicado todo lo que es importante y merece explicarse. Esta conclusión proporciona
comodidad a los científicos sociales: da validez a lo que habían sospechado desde
siempre, a saber, que no hay nada distintivo en el estudio de la tecnología. Por
consiguiente, pueden volver otra vez a sus modelos tradicionales de poder social
(modelos sobre la política de los colectivos sociales, políticas burocráticas, modelos
marxistas de lucha de clases y otros por el estilo) y tener todo lo que necesitan. El
determinismo social de la tecnología no difiere esencialmente del determinismo social
de, podríamos decir, la política del bienestar o los impuestos.
La tecnología, no obstante, tiene buenas razones para explicar la fascinación que
recientemente ha ejercido sobre historiadores, filósofos y científicos políticos; buenas
razones que los modelos tradicionales de las ciencias sociales sólo abarcan en parte en
sus explicaciones de lo más interesante y problemático del tema. Ya he intentado
mostrar en otro lugar por qué una gran parte del pensamiento social y político moderno
contiene afirmaciones recurrentes acerca de la que se puede denominar teoría de la
política tecnológica, una amalgama de nociones a menudo cruzadas con filosofías
liberales ortodoxas, conservadoras y socialistas (Winner, 1977). La teoría de las
políticas tecnológicas presta mucha atención al ímpetu de los sistemas sociotécnicos a
gran escala, a la respuesta de las sociedades modernas a ciertos imperativos
tecnológicos y a todos los signos habituales de la adapatación de los fines humanos a
los medios técnicos. Al hacer esto, ofrece un nuevo conjunto de explicaciones e
interpretaciones para algunos de los patrones más problemáticos y confusos que han
tomado forma dentro de y en torno al crecimiento de la cultura material moderna. Un
punto a favor de esta concepción es que toma los artefactos técnicos en serio. Más que
insistir en que reduzcamos todo a una mera interrelación entre fuerzas sociales, sugiere
que prestemos atención a las características de los objetos técnicos y al significado de
tales características. Siendo un complemento necesario para, más que un sustituto de,
las teorías de la determinación social de la tecnología, esta perspectiva identifica ciertas
tecnologías como fenómenos políticos por sí mismas. Nos conduce, tomando prestada
la expresión filosófica de Edmund Husserl, a las cosas en sí mismas.
A continuación esbozaré y ofreceré ejemplos de dos formas en las que los artefactos
pueden poseer propiedades políticas. En primer lugar, me ocupo de aquellos ejemplos
en los que la invención, diseño y preparativos de un determinado instrumento o sistema
técnico se convierten en un medio para alcanzar un determinado fin dentro de una
comunidad. Bien enfocados, los ejemplos de este tipo resultan muy directos y fáciles de
entender. En segundo lugar, me ocuparé de los casos de lo que se pueden denominar
tecnologías inherentemente políticas, sistemas ideados por humanos que parecen
necesitar o ser fuertemente compatibles con ciertos tipos de relaciones sociales
argumentos sobre este tipo de casos son mucho más complejos y están más cerca del
núcleo del tema que nos ocupa. Con el término "política" me referiré a los acuerdos de
poder y autoridad en las asociaciones humanas, así como a las actividades que tienen
lugar dentro de dichos acuerdos. Con el término "tecnología" haré referencia a todo tipo
de artefacto práctico moderno, pero para evitar confusiones, prefiero hablar de
tecnologías, piezas o sistemas más o menos grandes de hardware de cierto tipo
especial. Mi intención aquí no es cerrar la discusión de una vez por todas, sino señalar
sus dimensiones y significados más generales.
Planes técnicos como formas de orden
Todo el que haya viajado alguna vez por las autopistas americanas y se haya
acostumbrado a la altura habitual de sus pasos elevados puede que encuentre algo
anormal en los puentes sobre las avenidas de Long Island, en Nueva York. Muchos de
esos pasos elevados son extraordinariamente bajos, hasta el punto de tener tan sólo
nueve pies de altura en algunos lugares. Incluso aquellos que perciban esta
peculiaridad estructural no estarían inclinados a otorgarle ningún significado especial.
En nuestra forma habitual de observar cosas tales como carreteras y puentes, vemos
los detalles de forma como inocuos, y raramente pensamos demasiado en ellos.
Resulta, no obstante, que los cerca de doscientos pasos elevados de Long Island
fueron deliberadamente diseñados así para obtener un determinado efecto social.
Robert Moses, el gran constructor de carreteras, parques, puentes y otras obras
públicas de Nueva York entre los años veinte y setenta, construyó estos pasos elevados
de tal modo que fuera imposible la presencia de autobuses en sus avenidas. De
acuerdo con las evidencias presentadas por Robert A. Caro en su biografía de Moses,
las razones que el arquitecto ofrecía reflejaban su sesgo clasista y sus prejuicios
raciales. Los blancos de las clases "ricas" y "medias acomodadas", como él los llamaba,
propietarios de automóviles, podrían utilizar libremente los parques y playas de Long
Island para su ocio y diversión. La gente menos favorecida y los negros, que
normalmente utilizaban el transporte público, se mantendrían a distancia de dicha zona
porque los autobuses de doce pies de altura no podrían transitar por los pasos
elevados. Una consecuencia era la limitación del acceso de las minorías raciales y
grupos sociales desfavorecidos a Jones Beach, el parque público más alabado de los
que Moses construyó. Moses se aseguró de que los resultados de sus diseños fueran
efectivos vetando poco después una propuesta de extensión del ferrocarril de Long
Island hasta Jones Beach.
Como parte de la historia de la política americana reciente, la vida de Robert Moses es
fascinante. Sus tratos y acuerdos con alcaldes, gobernadores y presidentes, y su
cuidadosa manipulación de asambleas legislativas, bancos, sindicatos, prensa y opinión
pública son otros tantos casos de estudio de los que los científicos políticos podrían
ocuparse durante años. Pero los resultados más importantes y duraderos de su trabajo
son sus tecnologías, los grandes proyectos de ingeniería que dieron a Nueva York gran
parte de su actual aspecto. Después de generaciones, los pactos y alianzas que Moses
forjó han desaparecido, pero sus obras públicas, especialmente las autopistas y
puentes que construyó con el fin de favorecer el uso del automóvil frente al desarrollo
de los trasportes públicos, continuarán dando forma a la ciudad. Muchas de sus
estructuras monumentales de acero y hormigón encarnan una desigualdad social
sistemática, una forma de ingeniería de las relaciones personales que, después de
cierto tiempo, se convierte sin más en parte del paisaje. Como el diseñador Lee
Koppleman comentó a Caro acerca de los puentes tan bajos de Wantagh Parkway: "El
viejo hijo de puta se aseguró bien de que los autobuses nunca lograran acceder a sus
La historia de la arquitectura, el urbanismo y las obras públicas contiene un gran
número de ejemplos de planes físicos con propósitos políticos implícitos o explícitos.
Podemos mencionar, por ejemplo, las anchísimas avenidas parisinas diseñadas por el
barón Haussmann durante el mandato de Luis Napoleón con el fin de prevenir toda
posibilidad de desórdenes callejeros del tipo de los que tuvieron lugar durante la
revolución de 1848. Podemos visitar cualquiera de los grotescos edificios de hormigón y
las enormes plazas construidas en los campus universitarios americanos a finales de
los años sesenta y comienzos de los setenta con el propósito de evitar las
manifestaciones de estudiantes. Los estudios sobre maquinaria industrial y
herramientas también se convierten en interesantes historias políticas, incluyendo
algunas que rompen con nuestras expectativas habituales acerca de por qué se
producen las innovaciones tecnológicas. Si suponemos que las nuevas tecnologías se
introducen con el fin de lograr una eficacia cada vez mayor, la historia de la tecnología
nos contradecirá de vez en cuando. El cambio tecnológico conlleva una amplísima
muestra de motivos humanos, de los cuales el deseo de obtener dominio sobre los
demás no es el menos frecuente, incluso aunque ello implique un sacrificio ocasional
respecto a los costes y cierta violencia en los modos de conseguir más a partir de
menos.
Un ejemplo de todo esto de puede encontrar en la historia de la mecanización industrial
durante el siglo XIX. Hacia 1885 se instalaron en la planta de fabricación de segadoras
Cyrus McCormick de Chicago modernas máquinas neumáticas de forja, una innovación
reciente y con su eficacia aún por probar, con unos costes estimados de 500.000
dólares. En la interpretación económica tradicional de tal suceso se esperaría que esta
decisión hubiese modernizado la fábrica y logrado el tipo de eficacia que generalmente
implica la mecanización. Pero el historiador Robert Ozanne ha mostrado por qué este
desarrollo debe contemplarse en un contexto más amplio. Precisamente en ese
momento, Cyrus McCormick II se hallaba envuelto en una lucha contra el sindicato
nacional de forjadores. En realidad, él veía la utilización de esas nuevas máquinas
como una forma de "arrancar de raíz los elementos subversivos entre sus trabajadores",
es decir, los trabajadores especializados que habían organizado el sindicato local de
forjadores en Chicago (Ozanne, 1967). La nuevas máquinas, manipuladas por
trabajadores no especializados, realmente producían resultados de peor calidad a
costes más altos que los primitivos procesos. Tras tres años de utilización, las
máquinas fueron simplemente eliminadas, pero para entonces ya habían cumplido su
misión: la destrucción del sindicato. De esta manera, la historia de estos desarrollos
técnicos en la fábrica McCormick no pueden entenderse adecuadamente sin hacer
referencia a los intentos organización de los trabajadores, la política de represión de los
movimientos sindicales en Chicago durante aquel periodo y los sucesos relacionados
con el atentado con bomba en Haymarket Square. La historia de la tecnología y la
historia de la política norteamericana se entrelazan firmemente en este caso.
En casos como los de los puentes de Moses o la máquinas de forja de McCormick,
puede verse claramente la importancia de los planes técnicos que preceden al uso de
los instrumentos en cuestión. Es obvio que las tecnologías pueden ser utilizadas de
manera que faciliten el poder, la autoridad y los privilegios de unos sobre otros, por
ejemplo, la utilización de la TV para promocionar a un candidato político. De acuerdo a
nuestra forma de pensar usual, concebimos las tecnologías como herramientas
neutrales que pueden utilizarse bien o mal, para hacer el bien, el mal o algo intermedio
entre ambos. Pero generalmente no nos detenemos a pensar si un determinado invento
pudo haber sido diseñado y construido de forma que produjera un conjunto de
consecuencias lógica y temporalmente previas a sus usos corrientes. Los puentes de
Robert Moses, por ejemplo,lugar a otro; las máquinas de McCormick se utilizaron efectivamente para realizar forjas
de metal; ambas tecnologías, no obstante, implicaban propósitos distintos de esos usos
inmediatos. Si el lenguaje político y moral con el que valoramos las tecnologías sólo
incluye categorías relacionadas con las herramientas y sus usos; si no presta atención
al significado de los diseños y planes de nuestros artefactos, entonces estaremos
ciegos ante gran parte de lo que es importante desde el punto de vista intelectual y
práctico.
Dado que el asunto se comprende mucho más fácilmente a la luz de intenciones
particulares ocultas bajo una determinada forma física, he puesto unos ejemplos que
parecen casi conspiraciones. Pero para reconocer las dimensiones políticas de las
tecnologías no se necesita atender sólo a casos de conspiración premeditada o malas
intenciones. El movimiento organizado de personas minusválidas en los EE. UU. señaló
durante la década de los setenta numerosos casos en los que las máquinas,
instrumentos y estructuras de uso común (como autobuses, edificios, avenidas,
fontanería...etc.) hicieron imposible a muchas personas físicamente disminuidas
moverse libremente, algo que les excluía sistemáticamente de la vida pública. Hay que
decir, no obstante, que los diseños inadecuados para personas minusválidas son
frecuentemente más un resultado de negligencias generales que de las intenciones
activas de personas particulares. Pero ahora que el tema ha sido presentado a la
opinión pública, es evidente que requiere un remedio que haga justicia. Un gran número
de artefactos están ahora siendo rediseñados y reconstruidos con el fin de atender a las
necesidades de esta minoría.
Intentaré extraer algunas conclusiones de todo lo anterior. Lo que nosotros llamamos
"tecnologías" son los modos de ordenar nuestro mundo. Muchas invenciones y
sistemas técnicos importantes en nuestra vida cotidiana conllevan la posibilidad de
ordenar la actividad humana de diversas maneras. Conscientemente o no, deliberada o
inadvertidamente, las sociedades eligen estructuras para las tecnologías que influyen
sobre cómo van a trabajar las personas, cómo se comunican, cómo viajan, cómo
consumen... a lo largo de toda su vida. En los procesos mediante los cuales se toman
las decisiones sobre estas estructuras, las personas terminan distribuyéndose en
diferentes estratos de poder y en diferentes niveles de conocimiento, por mucha libertad
de elección que exista cuando se introducen por primera vez instrumentos, técnicas o
sistemas particulares. Debido a que las elecciones respecto al equipamiento material, la
inversión de capital y los hábitos sociales tieden muy pronto a estabilizarse, la primitiva
flexibilidad respecto a los propósitos prácticos desaparece una vez que se adoptan
ciertos compromisos iniciales. En este sentido, las innovaciones tecnológicas se
asemejan a los decretos legislativos o las fundamentaciones políticas que establecen
un marco para el orden público que se perpetuará a través de las generaciones. Por
esta razón, deberíamos conceder a la construcción de autopistas, la creación de redes
de televisión y la introducción de características aparentemente insignificantes en las
nuevas máquinas, la misma cuidadosa atención que a las reglas, los papeles y las
relaciones en la política. Estos elementos que unen o dividen a las personas dentro de
una sociedad particular no se construyen sólo por medio de las instituciones y prácticas
políticas, sino también, y de manera menos evidente, por medio de planes tangibles de
acero y hormigón, cables y transistores, tuercas y tornillos
-jeison sepulveda 
-jose manuel diaz
- UNO DE LOS COMPAÑEROS SORDO MUDOS Q EN ESTOS MOMENTOS NO ME ACUERO EL NOMBRE ES UNO ALTO Q SE PEINA ASI ABAJO 
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