Resumen
En las controversias acerca de la tecnología y la sociedad,
no hay ninguna idea que sea
más provocativa que la noción de que los artefactos técnicos
tienen cualidades
políticas. Dado que algunas de estas ideas
tienen una presencia persistente e inquietante en las
discusiones sobre el significado de
la tecnología, es necesario prestarles una atención
explícita
No resulta sorprendente descubrir que los sistemas técnicos
se encuentran
profundamente entretejidos con las condiciones de la
política moderna. Esta
máxima,Denominarse determinismo social de la tecnología,
expresa una obvia sabiduría. Por
consiguiente, pueden volver otra vez a sus modelos
tradicionales de poder social
(modelos sobre la política de los colectivos sociales,
políticas burocráticas, modelos
marxistas de lucha de clases y otros por el estilo) y tener
todo lo que necesitan. El
determinismo social de la tecnología no difiere
esencialmente del determinismo social
de, podríamos decir, la política del bienestar o los
impuestos.
Siendo un complemento necesario para, más que un sustituto
de,
las teorías de la determinación social de la tecnología,
esta perspectiva identifica ciertas
tecnologías como fenómenos políticos por sí mismas. A
continuación esbozaré y ofreceré ejemplos de dos formas en las que los
artefactos
pueden poseer propiedades políticas. En segundo lugar, me
ocuparé de los casos de lo que se pueden denominar
tecnologías inherentemente políticas, sistemas ideados por
humanos que parecen
necesitar o ser fuertemente compatibles con ciertos tipos de
relaciones sociales.
argumentos sobre este tipo de casos son mucho más complejos
y están más cerca del
núcleo del tema que nos ocupa. Con el término
"tecnología" haré referencia a todo tipo
de artefacto práctico moderno, pero para evitar
confusiones, prefiero hablar de
tecnologías, piezas o sistemas más o menos grandes de
hardware de cierto tipo
especial. Planes técnicos como formas de orden
Todo el que haya viajado alguna vez por las autopistas
americanas y se haya
acostumbrado a la altura habitual de sus pasos elevados
puede que encuentre algo
anormal en los puentes sobre las avenidas de Long Island, en
Nueva York. Una consecuencia era la limitación del acceso de las minorías
raciales y
grupos sociales desfavorecidos a Jones Beach, el parque
público más alabado de los
que Moses construyó.
Como parte de la historia de la política americana reciente,
la vida de Robert Moses es
fascinante. Después de generaciones, los pactos y alianzas
que Moses
forjó han desaparecido, pero sus obras públicas,
especialmente las autopistas y
puentes que construyó con el fin de favorecer el uso del
automóvil frente al desarrollo
de los trasportes públicos, continuarán dando forma a la
ciudad.
La historia de la arquitectura, el urbanismo y las obras
públicas contiene un gran
número de ejemplos de planes físicos con propósitos
políticos implícitos o explícitos. Si suponemos que las nuevas tecnologías se
introducen con el fin de lograr una eficacia cada vez mayor,
la historia de la tecnología
nos contradecirá de vez en cuando. La historia de la
tecnología y la
historia de la política norteamericana se entrelazan
firmemente en este caso.
En casos como los de los puentes de Moses o la máquinas de
forja de McCormick,
puede verse claramente la importancia de los planes técnicos
que preceden al uso de
los instrumentos en cuestión. De acuerdo a
nuestra forma de pensar usual, concebimos las tecnologías
como herramientas
neutrales que pueden utilizarse bien o mal, para hacer el
bien, el mal o algo intermedio
entre ambos. Pero para reconocer las dimensiones políticas
de las
tecnologías no se necesita atender sólo a casos de
conspiración premeditada o malas
intenciones. Hay que
decir, no obstante, que los diseños inadecuados para
personas minusválidas son
frecuentemente más un resultado de negligencias generales
que de las intenciones
activas de personas particulares. Lo que nosotros llamamos
"tecnologías" son los modos de ordenar nuestro
mundo. Muchas invenciones y
sistemas técnicos importantes en nuestra vida cotidiana
conllevan la posibilidad de
ordenar la actividad humana de diversas maneras.
más provocativa que la noción de que los artefactos técnicos
tienen cualidades
políticas. Lo que está en cuestión es la afirmación de que
las máquinas, estructuras y
sistemas de nuestra moderna cultura material pueden ser
correctamente juzgados no
sólo por sus contribuciones a la eficacia y la
productividad, ni simplemente por sus
efectos ambientales colaterales, sino también por el modo en
que pueden encarnar
ciertas formas de poder y autoridad específicas. Dado que
algunas de estas ideas
tienen una presencia persistente e inquietante en las
discusiones sobre el significado de
la tecnología, es necesario prestarles una atención
explícita
No resulta sorprendente descubrir que los sistemas técnicos
se encuentran
profundamente entretejidos con las condiciones de la
política moderna. Las
organizaciones físicas de la producción industrial, la
guerra, las comunicaciones, etc.,
han alterado de forma esencial el ejercicio del poder y la
experiencia de la ciudadanía.
Pero ir más allá de este hecho evidente y defender que
ciertas tecnologías poseen en sí
mismas propiedades políticas parece, a primera vista, algo
completamente erróneo.
Todos sabemos que los entes políticos son las personas, no
las cosas. Descubrir
virtudes o vicios en las aleaciones de acero, los plásticos,
los transistores, los circuitos
integrados o los compuestos químicos parece una absoluta y
total equivocación, un
modo de mistificar los artificios humanos y de evitar
plantar cara a las auténticas
fuentes, las fuentes humanas de la libertad y la opresión,
la justicia y la injusticia. Echar
la culpa al hardware parece incluso más estúpido que culpar
a las víctimas cuando se
juzgan las condiciones de la vida pública.
Por tanto, el austero consejo que comúnmente se ofrece a
aquéllos que coquetean con
la idea de que los aparatos técnicos poseen cualidades
políticas es: lo que importa no
es la tecnología misma, sino el sistema social o económico
en el que se encarna. Esta
máxima, que en sus muchas variantes es la premisa central de
una teoría que puede
denominarse determinismo social de la tecnología, expresa
una obvia sabiduría. Sirve
como correctivo necesario para aquéllos que se ocupan de
manera acrítica de asuntos
tales como "el ordenador y sus impactos sociales",
pero no miran detrás de los aparatos
técnicos para descubrir las circunstancias sociales de su
desarrollo, empleo y uso. Este
enfoque proporciona un antídoto contra el determinismo
tecnológico ingenuo: la idea de
que la tecnología se desarrolla únicamente como resultado de
su dinámica interna y,
entonces, al no hallarse mediatizada por ninguna otra
influencia, moldea la sociedad
para adecuarla a sus patrones. Aquéllos que no han
reconocido aún los modos en los
que las fuerzas sociales y económicas dan forma a las
tecnologías no han ido mucho
más allá de ese determinismo.
Sin embargo, este correctivo tiene sus propias limitaciones;
entendido de forma literal,
sugiere que los aparatos técnicos no tienen ninguna importancia.
Una vez que uno ha
hecho el trabajo detectivesco necesario para descubrir los
orígenes sociales (la mano
de los poderosos tras un determinado ejemplo de cambio
tecnológico) ya habría
explicado todo lo que es importante y merece explicarse. Esta
conclusión proporciona
comodidad a los científicos sociales: da validez a lo que
habían sospechado desde
siempre, a saber, que no hay nada distintivo en el estudio
de la tecnología. Por
consiguiente, pueden volver otra vez a sus modelos
tradicionales de poder social
(modelos sobre la política de los colectivos sociales,
políticas burocráticas, modelos
marxistas de lucha de clases y otros por el estilo) y tener
todo lo que necesitan. El
determinismo social de la tecnología no difiere
esencialmente del determinismo social
de, podríamos decir, la política del bienestar o los
impuestos.
La tecnología, no obstante, tiene buenas razones para
explicar la fascinación que
recientemente ha ejercido sobre historiadores, filósofos y
científicos políticos; buenas
razones que los modelos tradicionales de las ciencias
sociales sólo abarcan en parte en
sus explicaciones de lo más interesante y problemático del
tema. Ya he intentado
mostrar en otro lugar por qué una gran parte del pensamiento
social y político moderno
contiene afirmaciones recurrentes acerca de la que se puede
denominar teoría de la
política tecnológica, una amalgama de nociones a menudo
cruzadas con filosofías
liberales ortodoxas, conservadoras y socialistas (Winner,
1977). La teoría de las
políticas tecnológicas presta mucha atención al ímpetu de
los sistemas sociotécnicos a
gran escala, a la respuesta de las sociedades modernas a
ciertos imperativos
tecnológicos y a todos los signos habituales de la
adapatación de los fines humanos a
los medios técnicos. Al hacer esto, ofrece un nuevo conjunto
de explicaciones e
interpretaciones para algunos de los patrones más
problemáticos y confusos que han
tomado forma dentro de y en torno al crecimiento de la
cultura material moderna. Un
punto a favor de esta concepción es que toma los artefactos
técnicos en serio. Más que
insistir en que reduzcamos todo a una mera interrelación
entre fuerzas sociales, sugiere
que prestemos atención a las características de los objetos
técnicos y al significado de
tales características. Siendo un complemento necesario para,
más que un sustituto de,
las teorías de la determinación social de la tecnología,
esta perspectiva identifica ciertas
tecnologías como fenómenos políticos por sí mismas. Nos
conduce, tomando prestada
la expresión filosófica de Edmund Husserl, a las cosas en sí
mismas.
A continuación esbozaré y ofreceré ejemplos de dos formas en
las que los artefactos
pueden poseer propiedades políticas. En primer lugar, me
ocupo de aquellos ejemplos
en los que la invención, diseño y preparativos de un
determinado instrumento o sistema
técnico se convierten en un medio para alcanzar un
determinado fin dentro de una
comunidad. Bien enfocados, los ejemplos de este tipo
resultan muy directos y fáciles de
entender. En segundo lugar, me ocuparé de los casos de lo
que se pueden denominar
tecnologías inherentemente políticas, sistemas ideados por
humanos que parecen
necesitar o ser fuertemente compatibles con ciertos tipos de
relaciones sociales
argumentos sobre este tipo de casos son mucho más complejos
y están más cerca del
núcleo del tema que nos ocupa. Con el término
"política" me referiré a los acuerdos de
poder y autoridad en las asociaciones humanas, así como a
las actividades que tienen
lugar dentro de dichos acuerdos. Con el término
"tecnología" haré referencia a todo tipo
de artefacto práctico moderno, pero para evitar
confusiones, prefiero hablar de
tecnologías, piezas o sistemas más o menos grandes de
hardware de cierto tipo
especial. Mi intención aquí no es cerrar la discusión de una
vez por todas, sino señalar
sus dimensiones y significados más generales.
Planes técnicos como formas de orden
Todo el que haya viajado alguna vez por las autopistas
americanas y se haya
acostumbrado a la altura habitual de sus pasos elevados
puede que encuentre algo
anormal en los puentes sobre las avenidas de Long Island, en
Nueva York. Muchos de
esos pasos elevados son extraordinariamente bajos, hasta el
punto de tener tan sólo
nueve pies de altura en algunos lugares. Incluso aquellos
que perciban esta
peculiaridad estructural no estarían inclinados a otorgarle
ningún significado especial.
En nuestra forma habitual de observar cosas tales como
carreteras y puentes, vemos
los detalles de forma como inocuos, y raramente pensamos
demasiado en ellos.
Resulta, no obstante, que los cerca de doscientos pasos
elevados de Long Island
fueron deliberadamente diseñados así para obtener un
determinado efecto social.
Robert Moses, el gran constructor de carreteras, parques,
puentes y otras obras
públicas de Nueva York entre los años veinte y setenta,
construyó estos pasos elevados
de tal modo que fuera imposible la presencia de autobuses en
sus avenidas. De
acuerdo con las evidencias presentadas por Robert A. Caro en
su biografía de Moses,
las razones que el arquitecto ofrecía reflejaban su sesgo
clasista y sus prejuicios
raciales. Los blancos de las clases "ricas" y
"medias acomodadas", como él los llamaba,
propietarios de automóviles, podrían utilizar libremente los
parques y playas de Long
Island para su ocio y diversión. La gente menos favorecida y
los negros, que
normalmente utilizaban el transporte público, se mantendrían
a distancia de dicha zona
porque los autobuses de doce pies de altura no podrían
transitar por los pasos
elevados. Una consecuencia era la limitación del acceso de
las minorías raciales y
grupos sociales desfavorecidos a Jones Beach, el parque
público más alabado de los
que Moses construyó. Moses se aseguró de que los resultados
de sus diseños fueran
efectivos vetando poco después una propuesta de extensión
del ferrocarril de Long
Island hasta Jones Beach.
Como parte de la historia de la política americana reciente,
la vida de Robert Moses es
fascinante. Sus tratos y acuerdos con alcaldes, gobernadores
y presidentes, y su
cuidadosa manipulación de asambleas legislativas, bancos,
sindicatos, prensa y opinión
pública son otros tantos casos de estudio de los que los
científicos políticos podrían
ocuparse durante años. Pero los resultados más importantes y
duraderos de su trabajo
son sus tecnologías, los grandes proyectos de ingeniería que
dieron a Nueva York gran
parte de su actual aspecto. Después de generaciones, los
pactos y alianzas que Moses
forjó han desaparecido, pero sus obras públicas,
especialmente las autopistas y
puentes que construyó con el fin de favorecer el uso del
automóvil frente al desarrollo
de los trasportes públicos, continuarán dando forma a la
ciudad. Muchas de sus
estructuras monumentales de acero y hormigón encarnan una
desigualdad social
sistemática, una forma de ingeniería de las relaciones
personales que, después de
cierto tiempo, se convierte sin más en parte del paisaje.
Como el diseñador Lee
Koppleman comentó a Caro acerca de los puentes tan bajos de
Wantagh Parkway: "El
viejo hijo de puta se aseguró bien de que los autobuses
nunca lograran acceder a sus
La historia de la arquitectura, el urbanismo y las obras
públicas contiene un gran
número de ejemplos de planes físicos con propósitos
políticos implícitos o explícitos.
Podemos mencionar, por ejemplo, las anchísimas avenidas
parisinas diseñadas por el
barón Haussmann durante el mandato de Luis Napoleón con el
fin de prevenir toda
posibilidad de desórdenes callejeros del tipo de los que
tuvieron lugar durante la
revolución de 1848. Podemos visitar cualquiera de los
grotescos edificios de hormigón y
las enormes plazas construidas en los campus universitarios
americanos a finales de
los años sesenta y comienzos de los setenta con el propósito
de evitar las
manifestaciones de estudiantes. Los estudios sobre
maquinaria industrial y
herramientas también se convierten en interesantes historias
políticas, incluyendo
algunas que rompen con nuestras expectativas habituales
acerca de por qué se
producen las innovaciones tecnológicas. Si suponemos que las
nuevas tecnologías se
introducen con el fin de lograr una eficacia cada vez mayor,
la historia de la tecnología
nos contradecirá de vez en cuando. El cambio tecnológico
conlleva una amplísima
muestra de motivos humanos, de los cuales el deseo de
obtener dominio sobre los
demás no es el menos frecuente, incluso aunque ello implique
un sacrificio ocasional
respecto a los costes y cierta violencia en los modos de
conseguir más a partir de
menos.
Un ejemplo de todo esto de puede encontrar en la historia de
la mecanización industrial
durante el siglo XIX. Hacia 1885 se instalaron en la planta
de fabricación de segadoras
Cyrus McCormick de Chicago modernas máquinas neumáticas de
forja, una innovación
reciente y con su eficacia aún por probar, con unos costes
estimados de 500.000
dólares. En la interpretación económica tradicional de tal
suceso se esperaría que esta
decisión hubiese modernizado la fábrica y logrado el tipo de
eficacia que generalmente
implica la mecanización. Pero el historiador Robert Ozanne
ha mostrado por qué este
desarrollo debe contemplarse en un contexto más amplio.
Precisamente en ese
momento, Cyrus McCormick II se hallaba envuelto en una lucha
contra el sindicato
nacional de forjadores. En realidad, él veía la utilización
de esas nuevas máquinas
como una forma de "arrancar de raíz los elementos
subversivos entre sus trabajadores",
es decir, los trabajadores especializados que habían
organizado el sindicato local de
forjadores en Chicago (Ozanne, 1967). La nuevas máquinas,
manipuladas por
trabajadores no especializados, realmente producían
resultados de peor calidad a
costes más altos que los primitivos procesos. Tras tres años
de utilización, las
máquinas fueron simplemente eliminadas, pero para entonces
ya habían cumplido su
misión: la destrucción del sindicato. De esta manera, la
historia de estos desarrollos
técnicos en la fábrica McCormick no pueden entenderse
adecuadamente sin hacer
referencia a los intentos organización de los trabajadores,
la política de represión de los
movimientos sindicales en Chicago durante aquel periodo y
los sucesos relacionados
con el atentado con bomba en Haymarket Square. La historia
de la tecnología y la
historia de la política norteamericana se entrelazan
firmemente en este caso.
En casos como los de los puentes de Moses o la máquinas de
forja de McCormick,
puede verse claramente la importancia de los planes técnicos
que preceden al uso de
los instrumentos en cuestión. Es obvio que las tecnologías
pueden ser utilizadas de
manera que faciliten el poder, la autoridad y los
privilegios de unos sobre otros, por
ejemplo, la utilización de la TV para promocionar a un
candidato político. De acuerdo a
nuestra forma de pensar usual, concebimos las tecnologías
como herramientas
neutrales que pueden utilizarse bien o mal, para hacer el
bien, el mal o algo intermedio
entre ambos. Pero generalmente no nos detenemos a pensar si
un determinado invento
pudo haber sido diseñado y construido de forma que produjera
un conjunto de
consecuencias lógica y temporalmente previas a sus usos
corrientes. Los puentes de
Robert Moses, por ejemplo,lugar a otro; las máquinas de McCormick se utilizaron
efectivamente para realizar forjas
de metal; ambas tecnologías, no obstante, implicaban
propósitos distintos de esos usos
inmediatos. Si el lenguaje político y moral con el que
valoramos las tecnologías sólo
incluye categorías relacionadas con las herramientas y sus
usos; si no presta atención
al significado de los diseños y planes de nuestros
artefactos, entonces estaremos
ciegos ante gran parte de lo que es importante desde el
punto de vista intelectual y
práctico.
Dado que el asunto se comprende mucho más fácilmente a la
luz de intenciones
particulares ocultas bajo una determinada forma física, he
puesto unos ejemplos que
parecen casi conspiraciones. Pero para reconocer las
dimensiones políticas de las
tecnologías no se necesita atender sólo a casos de
conspiración premeditada o malas
intenciones. El movimiento organizado de personas
minusválidas en los EE. UU. señaló
durante la década de los setenta numerosos casos en los que
las máquinas,
instrumentos y estructuras de uso común (como autobuses,
edificios, avenidas,
fontanería...etc.) hicieron imposible a muchas personas
físicamente disminuidas
moverse libremente, algo que les excluía sistemáticamente de
la vida pública. Hay que
decir, no obstante, que los diseños inadecuados para
personas minusválidas son
frecuentemente más un resultado de negligencias generales
que de las intenciones
activas de personas particulares. Pero ahora que el tema ha
sido presentado a la
opinión pública, es evidente que requiere un remedio que
haga justicia. Un gran número
de artefactos están ahora siendo rediseñados y reconstruidos
con el fin de atender a las
necesidades de esta minoría.
Intentaré extraer algunas conclusiones de todo lo anterior.
Lo que nosotros llamamos
"tecnologías" son los modos de ordenar nuestro
mundo. Muchas invenciones y
sistemas técnicos importantes en nuestra vida cotidiana
conllevan la posibilidad de
ordenar la actividad humana de diversas maneras.
Conscientemente o no, deliberada o
inadvertidamente, las sociedades eligen estructuras para las
tecnologías que influyen
sobre cómo van a trabajar las personas, cómo se comunican,
cómo viajan, cómo
consumen... a lo largo de toda su vida. En los procesos
mediante los cuales se toman
las decisiones sobre estas estructuras, las personas
terminan distribuyéndose en
diferentes estratos de poder y en diferentes niveles de
conocimiento, por mucha libertad
de elección que exista cuando se introducen por primera vez
instrumentos, técnicas o
sistemas particulares. Debido a que las elecciones respecto
al equipamiento material, la
inversión de capital y los hábitos sociales tieden muy
pronto a estabilizarse, la primitiva
flexibilidad respecto a los propósitos prácticos desaparece
una vez que se adoptan
ciertos compromisos iniciales. En este sentido, las
innovaciones tecnológicas se
asemejan a los decretos legislativos o las fundamentaciones
políticas que establecen
un marco para el orden público que se perpetuará a través de
las generaciones. Por
esta razón, deberíamos conceder a la construcción de
autopistas, la creación de redes
de televisión y la introducción de características
aparentemente insignificantes en las
nuevas máquinas, la misma cuidadosa atención que a las
reglas, los papeles y las
relaciones en la política. Estos elementos que unen o
dividen a las personas dentro de
una sociedad particular no se construyen sólo por medio de
las instituciones y prácticas
políticas, sino también, y de manera menos evidente, por
medio de planes tangibles de
acero y hormigón, cables y transistores, tuercas y tornillos
-jeison sepulveda
-jose manuel diaz
- UNO DE LOS COMPAÑEROS SORDO MUDOS Q EN ESTOS MOMENTOS NO ME ACUERO EL NOMBRE ES UNO ALTO Q SE PEINA ASI ABAJO
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